TRIBUNA ABIERTA
Uruguay: La contra revolución agro-estúpida
Las falsedades de un apologista del progresismo
William Yohai
12 de octubre de 2014
Un tal Augusto Zamora, que es
(o fue) embajador de Nicaragua en España, dedica a Uruguay un trabajo que
aparece publicado en “Rebelión”. Bajo el título: “Uruguay, la revolución
agrointeligente” este señor realiza una serie de afirmaciones groseramente
inexactas. En todos los casos sin molestarse en citar fuentes.
No valdría la pena ocuparse del asunto si no fuera porque este tipo de
apologías de los gobiernos progresistas de Uruguay tienen aceptación en
vastos círculos internacionales. Especialmente molesta es la situación cuando
personas de intención claramente revolucionaria en el exterior (y en particular
en diferentes lugares de América Latina) se creen estas historias.
Afirma, por ejemplo, Zamora: “el país vive, desde 2005, una asombrosa
revolución agropecuaria, que lo ha puesto entre los mayores exportadores de
alimentos de mundo en relación a su tamaño y población. Uruguay pasó de
producir alimentos para 9 millones de personas a producirlos para 28 millones
en 2014. El objetivo es alimentar a 50 millones de seres humanos.”
Por sus especiales características geográficas, climáticas y edafológicas
Uruguay fue siempre uno de los “mayores exportadores de alimentos en relación a
su tamaño y población”. Falso entonces que esto sea el resultado de una
supuesta “revolución agropecuaria” ocurrida a partir de 2005.
Pero el disparatario “zamorano” recién comienza: a renglón seguido afirma
que “Uruguay pasó de producir alimentos para 9 millones de personas a
producirlos para 28 millones en 2014”. Dejando de lado la incongruencia de afirmar
cuánto va a producir el país de alimentos en 2014, cuando recién en el segundo
trimestre de 2015 se tendrá un panorama más o menos completo de dicho dato, al
revisar al información oficial disponible (1) constatamos que la
producción de alimentos ha crecido entre 2005 y 2013 un 27%
aproximadamente (2) Pero este cambio global oculta una caída de un
2% de la producción ganadera que incluye, fundamentalmente, carne vacuna
y leche. El crecimiento se da a expensas de un gran aumento de la producción
agrícola debido mayoritariamente a la soja. Este cultivo integrado en su
totalidad por eventos transgénicos y destinado en forma predominante, no a la
alimentación humana sino a la animal, se ha transformado en el principal rubro
exportable desplazando a la carne vacuna que lo era desde hace muchos años. Se
podría afirmar por lo tanto que el aumento de la producción agropecuaria
destinado a la alimentación humana ha, en realidad, descendido. Muy lejos de,
tal cual afirma Zamora, triplicarse.
A renglón seguido el autor afirma que la producción láctea aumentó un 54%.
El dato es exagerado si se considera la producción comercial total. De acuerdo
a los datos del anuario agropecuario 2013 (3) (el último publicado)
ésta aumentó entre 2005 y 2012 el 34,5%. Y es conceptualmente incorrecto
asociar este crecimiento a alguna política del MGAP progresista. En efecto,
entre 1990 y 1998 la producción láctea creció más de 50%. Una tasa más
alta que la experimentada bajo el progresismo. Si le atribuyéramos algún mérito
al sesgo ideológico de los gobiernos capitalistas (“neoliberales” versus
“progresistas”) no nos quedaría más remedio que reconocer que aquellos han sido
más eficientes en esto de aumentar la producción láctea.
En realidad el crecimiento de la producción láctea a partir de 2005 está
asociado al extraordinario aumento del precio del producto. Tomando como base
la leche en polvo entera, entre 2005 y 2013 aquel se duplicó con
creces (4) En un entorno de “laissez faire” capitalista que es el
que domina la realidad agropecuaria del país, muy lejos de las afirmaciones de
algunos integrantes del gobierno y de las cuales Zamora se hace eco, un aumento
del precio internacional de cualquier producto genera inevitablemente un
incremento de la producción del mismo. En el mismo sentido la liberalización
total de las relaciones de producción en el campo uruguayo que datan de los 90
cuando se suprimen prácticamente por completo los impuestos sobre la tierra no
hace otra cosa que fomentar la concentración de la propiedad y la producción.
Pero hay más:durante los gobiernos progresistas (aclaremos, entre
los censos 2000 y 2011 (5)que abarcan también un período
“neoliberal”) la cantidad de tambos descendió un 36%. Más de 2000 productores
(casi todos ellos pequeños, de menos de 50 mil litros de leche anuales)
desaparecieron como tales. Si, como dice Zamora: “Los ejes del
desarrollo, según el MGAP son: desarrollo rural, con políticas ajustadas a la
agricultura familiar” habrá que admitir que el objetivo ha sido cumplido
con creces. Aclarando, por supuesto, que éste consiste en eliminar la
agricultura familiar
En efecto, dejando de lado el tema específico de la producción
láctea, es sabido por cualquiera que se interese por estos temas en Uruguay,
que entre 2000 y 2011 desaparecieron 12.350 productores agropecuarios, un 27%
del total. Al igual que en el sector lácteo casi todos ellos pequeños, de menos
de 100 hectáreas.
Acompaña a esta reducción en la cantidad de productores la de la población
rural; un asombroso 46% y la de la población trabajadora, un no menos
asombroso, 26%.
Como también explicitamos en un reciente trabajo (6)
estos dudosos “logros” se han obtenido de forma “ecológica”. En efecto, entre
los años considerados (2000 y 2011) la importación de agrotóxicos, en primer
lugar herbicidas, se multiplicó por 5.
Pero las inexactitudes no se acaban aquí: desde el punto de vista ecológico
el deterioro del ambiente rural es pavoroso. Todos los cursos de agua del
país están contaminados. El contaminante más conocido es el fósforo. Éste
llega a cañadas, arroyos y ríos como resultado de la erosión de los suelos.
Proceso éste a su vez originado en la agricultura intensiva sobre suelos
ondulados típicos del país que requieren una serie de cuidados para evitar
aquella.
A este fenómeno se agrega la acelerada deforestación del monte nativo que
rodea ríos y arroyos en el país impulsada por la fiebre de producción de soja.
Estos montes representan un filtro para la llegada del suelo erosionado a los
cursos de agua (7)
La desregulación del uso de suelos fue prácticamente absoluta hasta hace
dos o tres años. Y no porque el MGAP, en particular su dirección de recursos
renovables, careciera de legislación regulatoria útil. Se trató de la más
absoluta falta de voluntad política para aplicarla.
Como decíamos, hace poco tiempo se comenzaron a aplicar los llamados
“planes de siembra”. Sólo obligatorios para cultivos que abarquen más de 100
hectáreas se basan en trabajos que realizan ingenieros agrónomos contratados
por los productores en forma privada. El control oficial es escaso y los
incentivos para los técnicos van en el sentido de autorizar el uso masivo de la
agricultura sin las debidas rotaciones de cultivos u otras medidas paliativas
de la erosión. Todo el fantasmagórico “sistema de control por satélite”
que menciona Zamora no es más que un mito. En la práctica no funciona y prueba
de ello es que durante el otoño y el invierno del presente año la mayor parte
de los campos cultivados con soja permanecieron desnudos después de la cosecha.
Se imputó a las abundantes lluvias la tolerancia del MGAP con el fenómeno. Puro
pretexto; de ninguna forma aquellas impedían la siembra de forrajeras aptas
(ray grass y avena, por ejemplo) en cobertura.
La contaminación con fósforo es conocida porque produce signos claramente
visibles en la forma de floraciones de cianobacterias. El año pasado se produjo
un episodio escandaloso cuando el agua potable de la región metropolitana de
Montevideo adquirió un marcado olor nauseabundo a partir de las toxinas
generadas por las mentadas algas. Obras sanitarias del Estado (la empresa
pública que suministra el agua potable y el saneamiento en el país) informó que
se trataba de una variedad particular de algas cuyas “toxinas” no eran tóxicas
para el ser humano.
Se ha dicho que se están llevando a cabo estudios sistemáticos en
busca de contaminantes como los compuestos de glifosato, insecticidas,
fungicidas y toda la pléyade de agrotóxicos cuya importación tanto creció los
últimos años en el agua potable y en los cursos de agua del país. Hasta
donde hemos podido averiguar los resultados de esos estudios no son públicos.
De todo lo dicho surge con claridad cuan “sostenible” es el aumento de la
producción agropecuaria del país durante los últimos años.
Desde hace ya unos cuantos años muchos economistas sostienen, con evidente
buen criterio, que al medir la producción de un país se deben considerar los
balances de la evolución de los recursos naturales del mismo.
Dicho de otra forma: en el transcurso de la producción se afecta el
ambiente. Ya sea por la vía de la contaminación o por la vía de destrucción o
consumo de recursos naturales. El caso más típico es la explotación minera. Por
un lado dicha producción se contabiliza positivamente. Por el otro el país
pierde un recurso que existía y que ha dejado de hacerlo.
En nuestro caso si se contabilizara la erosión de suelos y la contaminación
de cursos de agua que produjo al auge agrícola a partir de 2005 tendríamos que
admitir que, muy probablemente, más que un crecimiento del producto interno
bruto agropecuario hemos asistido a una caída del mismo.
También es falso, como afirma Zamora que Uruguay “Tiene el mayor
índice de investigación y desarrollo de Latinoamérica”. En efecto, según
informa el Banco Mundial (8) tanto Argentina como Brasil tienen
índices (como participación en el PBI) mayores que Uruguay. En el caso de
Brasil es aproximadamente el triple.
Para finalizar: el término “agro-inteligente” es usado por ciertos sectores
del gobierno para justificar una gestión absolutamente neoliberal en relación
al sector agropecuario. Los resultados sociales y económicos de la misma están
a la vista.
La penetración capitalista en las relaciones de producción agropecuarias se
ha profundizado. Quedan apenas 107.000 habitantes en los más de 16 millones de
hectáreas que comprenden el área productiva del país.
En ellas trabajan sólo 116.000 personas. Un promedio de un trabajador cada
142 hectáreas.
Mientras el suelo se destruye aceleradamente, los
cursos de agua se contaminan
Los terratenientes (8.000 personas y empresas son
dueñas del 80% de la tierra) se enriquecen. Lo han hecho por vía de aumento del
precio de la tierra y la renta del suelo en más de 60.000 millones de dólares
los últimos 10 años. Lo mismo hacen un puñado de empresas multinacionales que
comercializan y llevan adelante la producción; junto a otras que (encabezadas
por Monsanto) venden los insumos necesarios para el modelo: semillas
transgénicas y agrotóxicos.
El país es, en realidad, cada vez más pobre
2 Para llegar a este resultado sumamos algebraicamente las variaciones de
los dos sectores: ganadería y agricultura. El tercer componente del sector
agropecuario; silvicultura, obviamente no produce alimentos
5 Ambos disponibles en www.mgap.gub.uy/diea
6 “Censo agropecuario 2011 vergüenza nacional” disponible en www.resonandoenfenix.blogspot.com
William Yohai
postaporteñ@ 1259 - 2014-10-17
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