¿UN
RETROCESO CULTURAL DISFRAZADO DE PROGRESO?
Me gusta
comprar en un comercio de mi barrio donde no utilizan calculadora electrónica.
Su modo de trabajar se distingue de la mayoría de los comercios de Treinta y
Tres, ya que hasta los más pequeños kioscos de golosinas suelen utilizar la
calculadora, que parece ser hoy en día, un objeto imprescindible.
El método de
trabajo de este comercio sin calculadoras, es sencillo. Los muchachos que
venden (para mí son muchachos, aunque alguno ya pasó los 40) van anotando en un
papel el importe correspondiente a cada producto que compra el cliente. “¿Algo
más?”… preguntan amablemente, y cuando la respuesta es negativa, pasan raya y
suman mentalmente, entregándole de inmediato al comprador ese papel para que lo
revise si desea hacerlo antes de llegar a la caja, donde también hará su
revisación el encargado de cobrar la cifra que resulta de la suma. Hace años
que compro en este mercado y me deleito en comprobar cómo la sumas siempre son
exactas. Es que el entrenamiento mental que tienen todos los que trabajan allí,
los hace muy confiables
¿ES ESTO UN
ATRASO?
Alguien
pudiera sorprenderse de que este método del papel y el lápiz siga vigente en un
comercio de Treinta y Tres. “¡Qué atraso!”… pudiera exclamar un visitante acostumbrado
a las balanzas electrónicas que expiden un ticket impreso con el precio
unitario del producto, los gramos vendidos y el costo de cada compra. También
están muy naturalizados los códigos de barra que facilitan la tarea del cajero,
quien todo lo que tiene que hacer es pasar por delante del lente decodificador
cada artículo para que la máquina haga el cálculo de lo que tiene que pagar el
cliente. Pero tal vez, lo que en principio pueda parecer un atraso, no lo es.
Reflexionemos un momento en los pro y en los contra de la tecnología comercial
que se está haciendo normal en todo el mundo.
Desde el
punto de vista empresarial, la automatización del proceso de cálculos es una
gran ventaja, porque permite un manejo más fácil de la operativa comercial,
minimizando el margen de error, y no requiere la contratación de personas
diestras en aritmética. Bajan las exigencias laborales, ya que cualquier
persona que apenas conozca los números, puede aprender a operar una balanza
electrónica programada o una máquina registradora automática. Y si el cliente
paga con tarjeta, ni siquiera tiene que poner atención en dar correctamente el
cambio, porque no maneja dinero en efectivo. Todo se resume a aprender a
golpear teclas y usar códigos digitales. ¿Para qué sumar, restar, multiplicar y
dividir, si de eso se encargan las máquinas?
Desde el
punto de vista social, el atraso es muy evidente. La automatización de los
cálculos favorece la obesidad mental. Quien compra o vende con éstos métodos,
es liberado de la responsabilidad de hacer cálculos y de llegar a conclusiones
exactas. Solo tiene que esperar que las máquinas le digan lo que debe hacer.
Pierde el control de la situación y pasa a ser controlado. Y…: No es peligroso
acostumbrarse a no pensar, a solo actuar a instancias de lo que
diga un tablero electrónico?
Esa
costumbre puede verse reflejada en otras acciones. Lo más grave sería que las
personas tiendan a perder su capacidad crítica en la medida que no son
estimuladas a procesar información y llegar a conclusiones por sí mismas, a
“sacar las cuentas” de lo que oyen y se les informa. El sujeto puede hacerse
crédulo, y por tanto dócil, por ejemplo, al consumo de productos periodísticos
que cumplan con el simple requisito de estar envasados con una buena
apariencia. Esa pasividad lo hará más manejable. Tal como el sedentarismo
debilita sus músculos, sus neuronas perderán capacidad, su cerebro será menos
aprovechado, y como resultado, su conducta podrá ser más fácilmente dirigida
LOS
BENEFICIOS DE LA GIMNASIA MENTAL
Para hacer
un cálculo aritmético, hay que ejercitar la memoria. Si uno se acostumbra a no
memorizar, atrofia una facultad muy útil para evaluar las acciones de otras
personas, cosa muy conveniente por cierto para quienes ejercen cargos públicos
y a menudo prefieren que la gente no lleve cuenta de sus actos. Quien se hace
mentalmente perezoso, tenderá a obrar por imitación o inducción, y no por
convicción. La persona que no confía en su propio razonamiento, o que acepta
razonamientos ajenos sin cuestionarlos, se hace más vulnerable al engaño.
¿Qué pasa si
en lugar de entregarnos al uso de una tecnología sustitutiva, nos aplicamos a
la estimulación de nuestra capacidad mental? Estoy convencido de que si en vez
de acudir permanentemente a una calculadora hacemos mentalmente las sencillas
operaciones aritméticas cotidianas cuando vamos de compras, haremos una buena
gimnasia mental. Por eso felicito a la gente del mercado de mi barrio, y les
agradezco que estimulen mi cerebro.
No estoy
contra la tecnología, de hecho disfruto y utilizo con gusto las nuevas
herramientas tecnológicas disponibles. Son muchísimas las aplicaciones que
tienen dándonos más opciones creativas y brindándonos acceso más rápido a
buenas fuentes de información.
Pero me
parecen atendibles las advertencias que surgen del sano juicio, indicando que
hay que ser cuidadosos para evitar que la automatización opere en beneficio de
quienes prefieren una sociedad acrítica y confiada, que siempre será más fácil
de dominar que una sociedad razonadora y cuestionadora, que “use la cabeza”
como se solía decir en un tiempo.
Por supuesto
que usar menos las calculadoras electrónicas no será garantía de una sociedad
mejor, pero me pregunto si la exagerada dependencia de ellas, no está
evidenciando un retroceso cultural disfrazado de progreso
Aníbal Terán Castromán
postaporteñ@ 1222 - 2014-08-12
postaporteñ@ 1222 - 2014-08-12

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