REVOLVIENDO LA
HISTORIA
América
Latina: Un concepto difuso y en constante revisión.
Viernes, 20 de
junio de 2014
"La
nomenclatura en las Américas ha reflejado muy a menudo, de manera simbólica,
algunas
de las aspiraciones de los poderes europeos hacia el nuevo mundo".
–John
Phelan, "El origen de la idea de Latinoamérica".
Como
zona geográfica, el término “América Latina” se refiere hoy a todo el
continente americano al sur del Río Grande, incluyendo México, América Central,
el Caribe y Suramérica. En principio, el adjetivo ‘latina’ proviene de un
legado imperial: designa las partes del nuevo mundo que fueron colonizadas por
naciones de la Europa latina como España, Francia y Portugal. [1] Sin embargo,
hay zonas del Caribe, Centro y Suramérica que fueron dominadas por Inglaterra u
Holanda. Del mismo modo, hay partes de Norteamérica en Canadá y Estados Unidos
que sí fueron colonizadas por Francia y España pero no se consideran
latinoamericanas. Además, las poblaciones indígenas, que son muy numerosas en algunos
países como Guatemala, Bolivia, Ecuador, México y Perú, difícilmente pueden
considerarse ‘latinas’, y quedan típicamente excluidas del nombre dado a la
región en donde viven. Tampoco es enteramente apropiado el nombre de ‘latinos’
para la considerable presencia de descendientes de africanos y asiáticos en el
continente, quienes tienen una importante influencia cultural. Así que cabe
preguntarse cómo y por qué existe esta difusa denominación.
Para
comenzar, es útil recordar que la clasificación geográfica mundial está
íntimamente conectada con una historia de invasiones, intereses económicos y
tensiones de poder entre grupos humanos. Una mirada desde fuera del planeta
fácilmente podría percibir la tierra como una sola isla flotando sobre un solo
océano, cuestionando la división convencional del mundo en cinco (o siete)
continentes. Así lo mostró el matemático norteamericano Buckminster Fuller
cuando desarrolló, entre 1921 y 1954, la ecuación geométrica para hacer el
primer plano del mundo sin distorsión de las masas terrestres: el mapa
Dymaxion.
Img 1
Como
anotó Fuller sobre su mapa, “Todos somos astronautas en una pequeña nave
espacial llamada Tierra”. El mapa Dymaxion también ayuda a dejar atrás la
percepción desproporcionada que, basada en el plano de navegación diseñado por
Gerhardus Mercator (1569), creó la impresión de que las masas del norte (donde
se encuentran Europa y Norteamérica) eran mucho mayores que las del sur, una
ilusión visual que predominódurante cuatrocientos años y todavía se enseña en
muchas escuelas de todo el mundo. [2]
Img 2
Al
ver este mapa parece difícil de creer que Latinoamérica (desde México hasta la
Patagonia) ocupa 9 millones de millas cuadradas, bastante más grande que Canadá
y Estados Unidos combinados, que tienen 7,4 millones de millas cuadradas. Algo
similar podría decirse de las proporciones entre África y Europa al comparalas
con el mapa de Fuller.
Proyección
de Mercator (1569)
La
proyección de Mercator refleja la historia moderna en varios sentidos. El mapa
fue diseñado por un europeo en el siglo XVI para fines de navegación, igual que
el capitalismo se desarrolló en Europa por esa misma época con base en el
comercio y la colonización, y se extendió al resto del mundo. El hecho de que
el diseño de un europeo fuera el mapa generalizado para el planeta, es indicio
de la hegemonía comercial y colonizadora de varias naciones de ese continente.
La percepción de Europa como centro de referencia es fácil de observar en
términos comunes como “el hemisferio occidental” (¿al occidente de dónde?), “el
Medio Oriente” (¿al oriente de dónde?), o el “Nuevo Mundo” (¿nuevo para
quiénes?). En muchos niveles, el mundo ‘globalizado’ de hoy –así como las ideas
que tenemos sobre él–, fue también ‘diseñado’ por la dinámica expansiva del mercantilismo
europeo. La economía mundial se parece más al mapa de Mercator que al de
Fuller. También la actual distribución de la tierra en zonas geográficas
corresponde a los nombres y divisiones que se generalizaron por los proyectos
imperiales de España, Francia e Inglaterra, y es resultado de la expansión
europea desde el siglo XV.
América es producto directo de esta
expansión. No hay que olvidar que la expedición de Cristóbal Colón tenía una
motivación fundamentalmente mercantil. Y, como enfatizó el intelectual mexicano
Edmundo O’Gorman, el continente americano se inventó –no se descubrió– a partir
de las crónicas europeas, que a menudo proyectaron sus fantasías de exotismo
sobre este territorio nuevo para ellos. Y desde el comienzo fue el ‘Nuevo Mundo’
espacio de disputas entre naciones europeas en competencia por controlar la
tierra, el comercio y la población de este pedazo del mundo. Una breve historia
de cómo se impuso el nombre mismo para este continente es indicativa de dichas
disputas, que nos permiten entender mejor las divisiones de hoy.
Como
se sabe, el ‘descubrimiento’ de estas tierras fue accidental, e igualmente
accidentado ha sido el proceso de nombrarlas. Colón pensó que había llegado al
continente asiático y durante varias décadas los textos de la época se
refirieron a este territorio como “Las Indias”. En España se mantuvo esta
denominación, modificada como “Las Indias Occidentales”, hasta el siglo XVIII.
[3]
Pero la noticia sobre estas tierras
llegó a otras partes de Europa a través de las cartas del navegante florentino
Américo Vespucci (Florencia, 1454 – Sevilla, 1512), quien participó en varios
viajes de exploración por las costas de lo que hoy conocemos como Sudamérica.
Al regresar del último viaje, Vespucci escribió en 1504 una carta en la que
afirmaba que este territorio era "la cuarta parte del mundo", y
añadía: "Yo he descubierto el continente habitado por más multitud de
pueblos y animales que nuestra Europa, Asia o la misma África". Esta carta
se difundió por Europa y, en 1506, el monje alemán Martín Waldseemüller incluyó
la información en su libro de geografía, proponiendo: "otra cuarta parte
[del mundo] ha sido descubierta por Americo Vesputio . . . [y] no veo razón
para que no la llamemos América, como la tierra de Americus, por Américo, su
inventor". El libro incluía un mapa en el que apareció por primera vez el
nombre del continente y, para 1507, ya se habían hecho seis ediciones. Así fue
como –sin hacer justicia a Cristóbal Colón, que murió ignorado en 1506– comenzó
a popularizarse en Europa el nombre de América, como una manera simbólica de
cuestionar la exclusividad de España sobre los nuevos territorios.
Img 3
Mapa de Waldseemüller: “ab Americo
Inventore ...quasi Americi terram sive Americam”
De
este modo, si bien España tuvo la mayor parte de la autoridad sobre las tierras
recién invadidas, no la tuvo para nombrarlas. Y el acto de nombrar es parte
integral del proyecto de dominar. Poco después las potencias europeas
emergentes –primero Portugal y luego Inglaterra, Francia y Holanda– disputaron
con el reino español el derecho a poseer territorios del nuevo continente, que
se convirtió en escenario de proyectos comerciales e imperiales en conflicto.
El Caribe, que era la puerta de entrada para casi todas las rutas de navegación,
se fragmentó en pedazos de cada uno de estos reinos. Los franceses e ingleses
obtuvieron grandes zonas en el norte, los portugueses en el sur. Y el resto, un
gran territorio desde la Tierra del Fuego hasta California y La Florida, fue
parte del imperio español.
Tres siglos más tarde, el nombre de
América adquirió una connotación emancipatoria. Tanto en los territorios
españoles como en las colonias inglesas del norte, los partidarios de la
independencia defendieron un espíritu americanista para oponerse a la Europa
imperial. Después de independizarse en 1776, las colonias del norte adoptaron
el nombre de Estados Unidos de América. De manera similar, los nuevos
gobernantes de las colonias que se independizaron de España entre 1810 y 1830
hablaban de “las repúblicas americanas” para referirse a los países
hispanohablantes del continente. En 1815 Simón Bolívar (general de las fuerzas
revolucionarias en Sudamérica) describía así su sueño de unificar a las
antiguas colonias españolas: “Yo deseo más que otro alguno ver formar en
América la más grande nación del mundo por su libertad y gloria” (27). También
en 1847 y 1864 se celebraron en Lima dos “Congresos americanos” para promover
la unión entre las nuevas naciones de habla española.
Sin
embargo, una vez consolidadas las nuevas repúblicas, este doble americanismo se
hizo cada vez más conflictivo. Hoy, el nombre de América se disputa entre un
país que lo adoptó como propio y el resto de los países del continente, que han
tenido que buscar nombres alternativos. En abril de 1987, el artista chileno
Alfredo Jaar presentó en el tablero electrónico de Times Square, NY, un mapa de
Estados Unidos atravesado con la frase: “This is not America”; la palabra
América se expandía luego hasta llenar la pantalla y la “R” se convertía en un
mapa de todo el continente americano. Comenta
Peter Winn que esta obra:
was
an effort to shock U.S. citizens into realizing that ‘this country has co-opted
for itself the name America and even our everyday language forces us to picture
only one dimension of America.’ Many North Americans forget that we share
‘America’ with thirty-three other sovereign nations and their nearly half a
billion people. What makes the equation of ‘America’ with the United States
particularly ironic is that the name first appeared on sixteenth-century maps
identified with South America, whose northeast coast had been explored by
Amerigo Vespucci. (3).
En efecto, la fundación de los
Estados Unidos en 1776 creó una ambigüedad para el nombre, que desde entonces
podía referirse a un país o a todo el continente. La solución que encontraron
los países angloparlantes fue obvia: considerar que había dos Américas. [4] En
español, muchos intelectuales y políticos prefirieron hablar de “Los Estados
Unidos de Norteamérica”, y continuaron utilizando el sentido original de la
palabra América para designar el continente completo.
La
elección misma de su nombre es un indicio del proyecto expansivo de Estados
Unidos y su “destino manifiesto” de ser líder de todo el continente, lo que ha
sido motivo de fricciones políticas hasta el día de hoy. En 1823 el presidente
James Monroe declaró con firmeza que ninguna nación americana debería ser
objeto de colonización por ninguna potencia europea, reafirmando el derecho a
la independencia de todos los países. Skidmore
y Smith observan que la doctrina Monroe:
became
better known for its challenge to an apparent design of the European Holy
Alliance to help Spain reconquer its former colonies. President Monroe firmly
declared that ‘the American continents, by the free and independent condition
which they have assumed and maintained, are henceforth not to be considered as
subject for colonization by any European powers.’ Further scriptures warned the
Europeans against using indirect means to extend their political power in the
New World. As later punt in a popular slogan, the basic message was clear:
‘America for the Americans’ (399).
Al mismo
tiempo, esta doctrina adjudicaba a los norteamericanos una autoridad moral y
paternalista sobre los demás. En el siglo XX esta autoridad se hizo efectiva
para defender los intereses económicos y políticos de Estados Unidos en contra
de la soberanía de otros países del continente. El eslogan popular de la
doctrina Monroe, “América para los americanos”, adquirió entonces un sentido de
ironía: ¿cuál de las Américas para cuáles de los americanos? Era necesario
entonces un nombre alternativo para la otra América. Ya en 1896, el escritor y
héroe de la independencia cubana José Martí preveía esta polémica cuando
escogió la frase “Nuestra América” como título para un ensayo suyo, ahora
famosísimo, en el que defendía la necesidad de que los países hispanoamericanos
afirmaran su afinidad entre sí y su soberanía frente al Coloso del Norte.
Durante
el siglo XIX, la conveniencia de un nombre alternativo que agrupara a las
naciones hispanohablantes independientes respondía también a otros factores.
Por un lado, actuar en bloque podría darles más influencia internacional y su
común denominador histórico y lingüístico era obvio. Por otra parte, era
importante mantener una distancia ideológica y política de España, que ya no
era una potencia en Europa. Finalmente, tanto la élite hispanoamericana como la
francesa tenían un creciente interés por enfatizar sus conexiones culturales,
políticas y comerciales.
El
pensamiento francés propuso un modelo que se convirtió en la base del término
“América Latina”. En 1836, el economista político Michel Chevalier publicó en
París las crónicas de sus viajes por América, un continente que, para él,
reproducía las divisiones étnicas de Europa: “Las dos ramas, latina y germana,
se reproducen en el Nuevo Mundo. América del Sur es –como la Europa
meridional–, católica y latina. La América del Norte pertenece a una población
protestante y anglosajona” (Ardao 161). Muchos intelectuales y políticos tanto
europeos como hispanoamericanos comenzaron a utilizar el adjetivo ‘latina’ para
enfatizar las diferencias de estos países con los Estados Unidos y sus
afinidades con la cultura francesa. El colombiano José María Torres Caicedo,
por ejemplo, creó en París una “Liga Latinoamericana” en 1861, y poco después
publicó su libro Unión latinoamericana (1865). En esta y otras publicaciones,
Torres Caicedo argumentaba que el adjetivo ‘latina’ era la mejor “denominación
científica” para la América de habla española, portuguesa y francesa. El autor
colombiano también denunciaba en su obra el carácter imperialista del “Destino
manifiesto” que el presidente Buchanan había articulado en 1857.
El
gobierno francés, que se disputaba el dominio del mundo con Inglaterra –la otra
gran potencia europea–, estaba encantado con esta idea de la afinidad cultural
entre las naciones “latinas” de Europa y de América, lógicamente bajo el
lideraje de Francia: “Solo ella puede prevenir que toda esta familia [latina]
quede sumergida en la doble inundación de germanos o anglosajones y de
eslavos”, había dicho Chevalier (Phelan 465). Estos argumentos justificaban el
mercado para los productos franceses en los países hispanoamericanos y el
acceso privilegiado de Francia a las materias primas del Nuevo Mundo. También
en nombre de estas ideas se estableció un gobierno francés en México entre 1861
y 1867. Por esos años se publicaba en París La Revue des Races Latines (Revista
de razas latinas), en la que se exaltaba la superioridad “espiritual” de las
culturas latinas. Algunas décadas después, el intelectual uruguayo José Enrique
Rodó haría famosa esta idea en un influyente libro, Ariel (1900), subrayando la
importancia de defender la latinidad de los países hispanoamericanos contra el
materialismo de la cultura norteamericana.
Fue
de esta manera que la expresión “América Latina”, concebida en París, comenzó a
consagrarse en contraste con la América anglosajona, en afinidad con Francia y
distanciada de España. Durante el siglo XX, el término adquirió cada vez más
prestigio para oponerse al intervencionismo estadounidense y para designar el
destino geopolítico común de la región al sur del Río Grande (Canadá tuvo un
destino muy diferente). En 1948 el término se utilizó por primera vez para
designar un organismo internacional: La Comisión Económica para América Latina
(CEPAL) de las Naciones Unidas. La CEPAL se fundó para estudiar y mejorar las
condiciones económicas de los países americanos que tenían un desarrollo
capitalista inferior al de los países del norte. También en esos años, cuando
se dinamizaron los estudios de área en las universidades norteamericanas
después de la Segunda Guerra Mundial, el término “Latin American Studies” se
convirtió en el preferido para designar los estudios sobre países del continente
al sur de los Estados Unidos, incluyendo al Caribe angloparlante.
El
nombre de América Latina fue creado, pues, por una historia de invasiones,
imposiciones y oposiciones. Igualmente, las regiones que ese nombre designa
tienen una historia de lucha por autodefinirse, ya que su pasado, presente y
futuro han estado determinados por una mentalidad foránea, básicamente de
origen europeo y, en el último siglo, norteamericano. Así lo formula Philip Swanson:
The
development of Latin American identity subsequently involved an internalization
of a fundamentally foreign sense of self that in many ways persists to the
present day. Even the political independence was the result of the drive of
Latin American-born elites who nonetheless prided themselves on the purity of
their European inheritance. Paradoxically, post-independence ‘progress’ was
also fuelled by European or, increasingly, North American values and practices,
leading to, for example, the overwhelming economic influence of Britain in the
nineteenth century and the USA in the twentieth century. (1) [5]
Y es esta historia común de
colonialismo y dependencia lo que realmente permite agrupar a tantos países y
culturas diferentes bajo el rótulo de “América Latina”. En la arena
internacional, la región ha tenido un destino común subalterno. En la arena
doméstica, en todos los países latinoamericanos hay una inmensa brecha entre un
pequeño grupo privilegiado y una mayoría que vive en condiciones económicas muy
difíciles. Hoy, es la región del mundo donde existe la mayor disparidad entre
ricos y pobres.
América
Latina no es una unidad cultural sino una categoría geopolítica: el grupo de
países americanos que tienen menos poder internacional por sus condiciones
económicas o su historia de dependencia. Estudiarlos como una sola región puede
obliterar las profundas diferencias que existen entre tantos países y grupos
étnicos. También puede hacer olvidar la desigualdad de condiciones y poder que
existe, por ejemplo, entre Brasil o Chile, que tienen economías bastante
fuertes, y Haití o Nicaragua, cuyos ingresos per cápita están entre los más
bajos del mundo. [6] Al mismo tiempo, pensarse como un solo bloque, enfatizar
su destino compartido y estimular el conocimiento mutuo, puede ayudar a que
estos países encuentren soluciones para problemas comunes entre ellos y tengan
mayor influencia en las decisiones internacionales.
Obras
citadas
Ardao, Arturo. “Panamericanismo y
latinoamericanismo”. América Latina en sus ideas.
Ed. Leopoldo Zea. México: Siglo XXI y
UNESCO, 1993. 157-171.
Bolívar, Simón. "Carta de Jamaica". 1815. Zea 17-32.
Fernández Retamar, José. “Nuestra América y el Occidente”. Zea
153-184.
Martí, José. “Nuestra América”. Zea
119-128.
“Nombramiento de América”. Artehistoria
online. 25 feb 2003.
http://www.artehistoria.com/historia/contextos/1488.htm
Phelan, John. “El origen de la idea de
Latinoamérica”. Zea 461-476.
Skidmore, Thomas and Peter Smith. Modern Latin America. 6th edition.
New
York: Oxford UP, 2005.
Swanson, Philip, ed. The Companion to Latin American Studies. London:
Arnold, 2003
Winn, Peter. Americas: The Changing Face of Latin America and the
Caribbean.
Berkeley,
CA: U of California P, 1992
Zea, Leopoldo, ed. Fuentes de la
cultura latinoamericana.
México: Fondo de Cultura Económica,
1995.
Notas:
[1]
“Latino” es adjetivo derivado del nombre ‘latín’, el idioma que hablaban los
antiguos romanos. Las zonas de Europa que recibieron más larga influencia del
imperio romano y que hoy hablan lenguas romances (derivadas del idioma de la
antigua Roma), se han llamado ‘países latinos’: Francia, Portugal, España,
Italia, y Rumania (aunque este último es también un país eslavo).
[2]
En 1998, la National Geographic adoptó oficialmente la menos distorsionada
proyección Winkel-Tripel, que había sido diseñada por Oswald Winkel en 1921.
[3]
Es paradójico que, todavía hoy, las zonas caribeñas donde se habla inglés y a
donde primero llegó Colón, se denominan “West Indies” para diferenciarse del
resto del Caribe.
[4]
En la mayor parte del mundo (incluyendo a la mayoría de los países europeos),
América se considera un solo continente. Es sobre todo en los países
angloparlantes como Estados Unidos e Inglaterra donde se considera que
Norteamérica y Sudamérica son dos continentes diferentes. Esta división fue la solución
geográfica en el mundo angloparlante para la ambigüedad de los nombres: usar
America para referirse al país, y The Americas para hablar del continente.
[5]
Hay que recordar que las historias de Europa occidental y de Estados Unidos
también han estado profundamente influenciadas por su contacto con América
Latina y, en ese sentido, la dependencia ha sido mutua. Así lo observa el
intelectual cubano Roberto Fernández Retamar: “Es absurdo . . . hacer la
historia de nuestros países [latinoamericanos] prescindiendo de la historia
occidental. Pero ¿se ha visto con bastante claridad que también es imposible
estudiar la historia occidental sin incluir la nuestra?” (303).
[6]
En años recientes, algunos grupos, en particular en Brasil y Venezuela, han
propuesto la configuración de una "Comunidad Sudamericana de
Naciones", similar a la comunidad europea, para unificar las economías de
los países suramericanos (desde Colombia hasta Argentina). Dice el politólogo
de la Universidad de Brasilia Luiz Alberto Moniz Bandeira, que los países
suramericanos combinados tienen "una masa económica mayor que la de
Alemania y muy superior a la suma de México y Canadá", así que "la
Comunidad Sudamericana de Naciones [sería] una potencia mundial" (Clarín,
18 oct 2005).
http://abyayalalaotrahistoria.blogspot.com/2014/06/america-latina-un-concepto-difuso-y-en.html#more
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