NUESTRA
HISTORIA HACE 100 AÑOS
Tradición y modernidad
Sombrero con divisa alusiva a la Patria, caballo, poncho y celular: imagen
que se repitió muchas veces en la marcha a Masoller efectuada días pasados.
¿Anacronismo? No, apenas un reflejo de la conjunción de tradición y modernidad
que encarnó el homenajeado.
El País / Opinión Ana Ribeiro 10.09.14 .2014
Aparicio Saravia, muerto el 10 de setiembre de hace 110 años, fue vital para la modernidad política de nuestro país. No porque tuviera teléfono en su casa citadina de Melo o invirtiera en animales importados para mejorar su ganado, ni por levantar en armas al pobrerío rural siendo —como era— el estanciero de El Cordobés; ni por representar la queja social y visceral de esa gente condenada a los “pueblos de ratas” y a la lenta agonía de un mundo “pastoril y caudillesco” que desaparecía inexorablemente.
Aparicio Saravia, muerto el 10 de setiembre de hace 110 años, fue vital para la modernidad política de nuestro país. No porque tuviera teléfono en su casa citadina de Melo o invirtiera en animales importados para mejorar su ganado, ni por levantar en armas al pobrerío rural siendo —como era— el estanciero de El Cordobés; ni por representar la queja social y visceral de esa gente condenada a los “pueblos de ratas” y a la lenta agonía de un mundo “pastoril y caudillesco” que desaparecía inexorablemente.
Saravia fue moderno porque moderna es la idea de progreso vinculada al
sentido de la Historia como un camino de libertades a conquistar. Él conquistó seis
jefaturas blancas en 1897 y un balazo mortal en 1904, no el gobierno, pero su
logro mayor fue defender la fuerza de la “opinión pública”, definida como la
convergencia de los partidos con una prensa libre.
“¿Que es eso de la opinión pública…? gritó furioso el presidente Idiarte
Borda a uno de sus seguidores, cuando le dijo que debería complacer a la gente
y anular “la leva” o “caza del hombre”, que los transformaba en soldados a la
fuerza. “¿Desde cuando mis amigos vienen a mi casa a repetir el lenguaje de la
prensa? ¿O Vd. doctor es la vanguardia de los pillos de la oposición...?”
Saravia había entrado en la escena política del país de la mano de la
privilegiada pluma de Acevedo Díaz, quien, desde las páginas de “El Nacional”,
le retrató a los montevideanos la estampa “gaucha” del Aguila del Cordobés.
Bien sabía él cuanto podía hacer la prensa libre por la pluralidad política;
bien sabía que la opinión pública era un arma más filosa que las que degollaron
a tantos de ambos bandos en 1897 y en 1904.
Pero, por sobre todo, Saravia fue moderno por reclamar lo que ya en 1870
había exigido Timoteo Aparicio (en cuyas filas se convirtió en el “Cabo Viejo”,
con 14 años) y que, desde la cátedra, Justino Jiménez de Aréchaga catalogaba
como la base indispensable de la democracia: la representación proporcional y
el voto secreto y obligatorio.
O, para decirlo de manera más esencial, el derecho de las minorías a ser
oídas. Cuando –en aparente contradicción— Aparicio Saravia mandaba a sus
correligionarios a votar pero a la vez a comprar armas, lo que procuraba era “
el sagrado derecho a la revolución”, que se convertiría en arbitrario si no lo
refrendara la expresión popular en las urnas.
Armas para defender el derecho de las minorías a prescindir de las armas para ser atendidas: esa fue la mayor modernidad política de Saravia.
Armas para defender el derecho de las minorías a prescindir de las armas para ser atendidas: esa fue la mayor modernidad política de Saravia.
Su estampa ecuestre suele ser el contraste que exalta los cambios
vanguardistas que realizaría Batlle y Ordóñez en la historia de nuestro país,
porque estereotipamos a uno con el poncho de la tradición y al otro con el
sobretodo de la modernidad, pero en realidad fueron opuestos interrelacionados.
Por eso, al paso de los jinetes por la subida de Pena rumbo a Masoller; ese
abigarrado entrevero de paisanos, montevideanos, uruguayos y brasileños, que, celular
en mano, se retrataban para luego subir sus “selfies” a Facebook, más que un
anacronismo me pareció una alegoría.


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