Los del modelo
agroindustrial: dólares propios y dolores ajenos (por ahora)
Luis E. Sabini Fernández
revistafuturos.noblogs.org
Tras por lo menos década y media de demoras, inseguridades, retaceos, la
Organización Mundial de la Salud, OMS, a través de su Agencia
Internacional para la Investigación sobre Cáncer, IARC, acaba de anunciar
que el glifosato, el biocida más extendido del mundo actual, es patógeno,
cancerígeno en animales de laboratorio, por ejemplo.
La OMS tardó tanto en esta cuestión como cuando reconoció la más que
sospechable ligazón entre celulares y gliomas o cánceres cerebrales. Una de las
pruebas más concluyentes en ese caso fue que tales cánceres, que habían
aumentado en un 40%, sobrevenían del lado en que el usuario usaba el
dispositivo.
Tarde, entonces con el glifosato, pero fuerte el golpe recibido. Lo podemos
medir hasta por la reacción. Monsanto ya había exigido a fines de 2013 la
retractación de Food and Chemical Toxicology (“Toxicología química y
alimentaria”, una revista científica de origen holandés) por su publicación de
una investigación que cuestionaba seriamente la inocuidad del glifosato.
Retractación en toda regla: eliminando de la edición el artículo impugnado. Esto
ya había pasado anteriormente, incluso en el siglo pasado (el primer despedido
fue probablemente el investigador húngaro Arpad Pusztai por develar su
desconfianza ante papas transgénicas) y últimamente Séralini en Francia y
Carrasco en Argentina habían sido cuestionados por los resultados adversos al
glifosato de sus investigaciones.
Ante el mazado recibido, Monsanto demandó inmediatamente, una vez
más, a las autoridades de la OMS, la retractación. Pero esta vez ya no pudo
ser. Monsanto había llegado a torcerle el brazo a la EPA, la agencia de
protección ambiental de EE.UU., que en 1985 ya había establecido, tras
investigaciones, la clasificación de “posiblemente cancerígeno para humanos”
del glifosato. La presión de Monsanto se hizo sentir con una lluvia de informes
favorables y en 1991, la EPA retiró la calificación que ahora, en 2015, 24 años
después, se vuelve a poner.
Esta vez, empero, el dictamen suena definitivo. En el Reino Unido, en
España, en Noruega, en Francia, en Argentina, en EE.UU., ya no solo en la OMS,
van lloviendo las investigaciones incontrastables / 1
Diversas organizaciones y grupos críticos de la agroindustria y la
quimiquización de los campos, aquí también, en Uruguay se han hecho eco de que
el “inocente e inocuo” glifosato produce cánceres. Y no sólo cánceres. Es la
lucha de Por Uruguay Sustentable o del Instituto Nacional por los
Derechos Humanos, por ejemplo.
Sin embargo, ¿qué vemos entre los referentes y personeros del “campo”, en
rigor de la agroindustria?
En primerísimo lugar, no registran la última decisión de la OMS, ni
siquiera con los consiguientes antecedentes, muy pesados, para prohibir el
glifosato (algo que conlleva el cuestionamiento de los transgénicos, puesto que
la mayoría de tales “eventos” están amparados para su desarrollo y madurez en
la barrera de un pesticida en particular; el glifosato). El 5 de abril
ppdo. desde la Agro-Expoactiva nacional el cotidiano montevideano El
Observador titulaba: “La soja es la madre de todas las batallas”.
Si bien la resolución condenatoria data de aproximadamente el 20 de marzo
ppdo. informes lapidarios sobre el carácter altamente tóxico del glifosato y
sus coadyuvantes venían de mucho antes (véase la enumeración sucinta e
incompleta mencionada en nº 1 ); ya recordamos la advertencia de Arpad Pusztai,
pero tan recientemente como en diciembre 2014, Don Fitz en su “La negación de
la contaminación transgénica: controlando a la ciencia” /2 explicitaba
que el gobierno de EE.UU. dedica unos 43 millones de dólares a la producción
orgánica; a la comida industrial, del sistema, se le otorga 1120 millones… y
que a la investigación médica, de laboratorio, se le brinda 30 000 millones. 27
veces más que a los alimentos comerciales y éstos (consiguientemente con
riesgo de toxicidad) se llevan 695 veces lo dedicado a alimentos sin venenos…
Dime qué presupuestas y te diré qué valoras…
Y en esclarecedora secuencia explica como los laboratorios se han hecho muy
hábiles en maximizar la posibilidad de investigaciones tecnocientíficas que
encuentren lo que los laboratorios quieren encontrar, mediante recursos y
ardides diversos: otorgando miles de dólares a los académicos que hagan
referencias favorables a sus drogas; logrando que escritores corporativos
produzcan un artículo parcial o entero para un investigador –que puede
ser o no el autor de la investigación original–; entregando cuantiosas sumas a
los comités de consulta de los institutos nacionales de higiene (NIH) para que
hablen y oficien como consultores. Los NIH presuponen que no hay conflictos de
intereses, y creen así preservar su “pureza”, sin embargo, como dice
Fitz, la implicancia es tan inherente a tal relación como los caramelos al
Halloween.
Fitz se pregunta el porqué de tal política: “¿Cómo es posible que en el
siglo XXI […] las redes de alimentos industriales estén tan
obsesionadas en desparramar transgénicos por todas partes cuando nadie los
reclama y cuando ya se sabe que están sobrecargados con tantos peligros
sanitarios y ambientales? Porque los transgénicos son un componente fundamental
en un inmenso plan de reemplazar a los campesinos, a los pequeños campesinos
tradicionales, con enormes establecimientos agrofabriles, que procesen
productos uniformes para el mercado global e ignoren las necesidades para
alimentar a las poblaciones locales.” ¡Ésta es la clave!; lo que estamos
viendo en Paraguay y Uruguay y antes en Argentina.
Y Monsanto y los Gates la están apresurando en África donde hay millones de
km2 de tierras aptas para cultivo hasta ahora en manos de los
campesinos que han alimentado tradicionalmente a sus poblaciones…
Pero ¿qué nos dicen los personeros de la agroindustria en Uruguay?
Que nos incorporemos aun más al mercado mundial: “Uruguay, Brasil, Argentina
y Paraguay, con diferentes realidades, prevén una cosecha de más de 160
millones de toneladas de soja si el clima continúa acompañando […] Las
interrogantes pasan por la capacidad del mercado para absorberla, en qué plazo
y a qué precio.” /3
Observe el paciente lector que todos los problemas de soja para este
suplemento vocero de la “agricultura inteligente” son su colocación en el
mercado y en qué condiciones de tiempo y dinero. Sobre los efectos
deletéreos que la aplicación de los transgénicos y el consiguiente “paquete
tecnológico” implican, ni una palabra.
El negocio, lo que importa es el negocio. No la intoxicación generalizada y
creciente, la eliminación de la biodiversidad, el estropicio de la fertilidad
humana (y animal en general).
Eso explica la “suavidad”, la delicadeza con que los diversos referentes en
tales cuestiones en el país han enfrentado el deterioro de tierras y aguas a
causa de “los paquetes tecnológicos” para los agroproductos “industriales” y la
monoforestación.
La prensa recoge la info de una reunión de la Asociación de Ingenieros
Agrónomos, AIA, como si se tratara de preservar los recursos naturales sin
decir cómo y que ya están afectados /4 Todas bellas palabras: “la
contaminación que generalmente proviene de fuentes difusas” [¡qué manera
elegante de promover la ignorancia y la impotencia!]; procurar “una
actualización de los profesionales que los habilite a realizar recomendaciones
y recetas de aplicación de agroquímicos”, ante lo cual uno bien puede
preguntarse qué aprendían entonces los ingenieros agrónomos, y de paso, si no
es pensable también que se capaciten para no aplicar agrotóxicos…
(ibíd.)
De todos modos, nos sirva como consuelo que, como decían Les Luthiers, el
manejo de agroquímicos [agrotóxicos] les “preocupa bastante”. (ibíd..)
Con ignorancia y desparpajo, el canciller Rodolfo Nin Novoa ha declarado: “Producimos
alimentos para 30 millones de personas” /5 Sin aclarar que
buena parte de la soja transgénica es incomible y que buena parte de ella así
como del maíz transgénico están destinados a alimentos, sí, pero de
automóviles.
Es altamente significativa “la reacción” ante el lapidario informe de la
OMS. En Montevideo desde el 1/1/2015 se había establecido por ley la obligación
de informar qué alimentos contenían transgénicos si tales componentes
sobrepasaban el 1%. Una serie de transnacionales (como Nestlé, Pepsico)
solicitaron postergación para la entrada en vigencia de tal reglamentación.
Leemos en Portal 180, ya bien avanzado 2015: “Intendencia de
Montevideo aplazó etiquetado de transgénicos a pedido de multinacionales” /6
Y en El País /7 un bioquímico español, J.M. Mulet afirma: “Los
pesticidas matan menos que un analgésico”. Se trata de una descarga
insensata de semiverdades y sandeces que se hace difícil calificar. La del
título es de una ignorancia supina o de una bajeza extraordinaria: las
investigaciones e informes sobre aumento de enfermedades de todo tipo a partir,
precisamente, de las fumigaciones de productos transgénicos se han hecho
inocultables. ¿Cuál es el sentido de las declaraciones de Mulet? Ya que no
pueden destruir la desoladora realidad, hay que entenderlas únicamente como una
“contrapropaganda” unas declaraciones confusionistas hechas sin base científica
o estadística alguna.
¿Y cuál puede ser el sentido de reproducirlas, por ejemplo en El País,
en Montevideo, justo inmediatamente después de las resoluciones terminantes de
la OMS? Achicar el daño es lo único que se me ocurre en esta
guerra mediática.
Porque el agronegocio quiere seguir con su “cuerno de la abundancia”.
Distribuyendo el mínimo posible para mantener la cadena de complicidades.
La agencia alemana DPA puso en febrero 2015 sobre el tapete las impactos en
la salud humana y ambiental de “herbicidas, fungicidas, insecticidas y
fertilizantes en Uruguay”, señalando que la soja se ha convertido en uno de los
principales rubros de exportación; “el sector que más utiliza fumigaciones
aéreas con pesticidas que no están prohibidas ni reguladas” en el país.
Con la desidia y prescindencia, por no decir cooperación del
gobierno, Uruguay está ya muy cerca del monocultivo que destruye sociedades en
todo el Tercer Mundo, al haber “logrado” ya llegar a sobrepasar el 80% de soja
en el conjunto de la producción agraria.
Aníbal Terán Castromán, candidato a la intendencia de
Treinta y Tres, alerta con estadísticas intranquilizantes sobre la
proliferación de cáncer en su departamento: “La población en general no sabe
cuáles son los números oficiales, pero es inocultable que en Treinta y Tres
todos tenemos un familiar, un amigo, un compañero de trabajo o un vecino, que
está luchando contra una enfermedad oncológica, y casi todos tenemos la triste
experiencia de haber perdido seres queridos a manos de este asesino que anda
suelto.” Aquí no hay números, pero la pintura es inexcusable.
En 15 años de aplicaciones continuadas en EE.UU., Alexis Baden-Mayer /8
registra la ristra de enfermedades incrementadas por el uso de glifosato, a
esta altura corroboradas por numerosísimas investigaciones que han dado por
tierra los informes sesgados de transnacionales como Monsanto o de nuestro
inefable Mulet.
Y algo que agrava el cuadro: la correlación entre el biocida y las
enfermedades habrá de incrementarse por el paso del tiempo y la mera
bioacumulación. Porque este biocida, como tantos otros, se ha usado tan
“generosamente” que está en los alimentos que consumimos a diario, en el agua
que bebemos o usamos a diario, en el aire, inevitable.
Las enfermedades que ya se sabe han aumentado en este período por el uso,
precisamente de glifosato son, según la enumeración del citado Baden-Mayer: síndrome
de deficiencia de atención e hiperactividad (TDAH); Alzheimer, anencefalia,
autismo, malformaciones congénitas. Las malformaciones (ano no abierto, micro
penes, hipospadias, es decir la uretra en varones abierta en cualquier sitio
que no en el extremo del glande), por ejemplo, se han cuadruplicado en el Chaco
argentino tras una década de aplicación del “paquete tecnológico transgénico”;
cáncer al cerebro, que se ha duplicado, cáncer de mama, cánceres en general que
se han entre duplicado y cuadruplicado, trastornos renales, depresión,
diabetes, problemas coronarios, hipotiroidismo, hinchazón de vientre,
trastornos hepáticos, esclerosis amiotrófica lateral, esclerosis múltiple,
linfoma no-Hogdkin, Parkinson, feto muerto, abortos, infertilidad, obesidad,
problemas de fertilidad, dificultades respiratorias. La lista es apabullante.
Pero no para Monsanto, sus personeros, sus poleas de transmisión… ni para
los sojeros y maiceros transgénicos que solo han mirado hasta ahora sus
engordados bolsillos
Notas
1 Remitimos al artículo “Rounding Us Up and Exposing Us All to Cancer” de
Brian Moench (Truthout, 31/3/2015) donde el autor repasa una treintena de
informes académicos y científicos lapidarios sobre la alta toxicidad del
glifosato.
2 GMO Contamination Denial:
Controllng Science, Truthout, 9/12/2014.
3 Campo Búsqueda, 28/2/2015.
4 Hugo Ocampo, “Los agrónomos se involucran en el cuidado de río Santa
Lucía”, El Observador, 31/1/2015.
5 El Observador. 5/4/2015.
6 cit. p. COMCOSUR, Montevideo, 27/3/2015.
7 Leticia Costa Delgado, Montevideo, 5/4/2015.
8 “Monsanto’s Roundup: Enough to Make You Sick” (El Roundup de Monsanto:
suficiente para enfermarte), Organic Consumers Assoc., Truthout,
1/2/2015).
LSabini
postaporteñ@ 1381 - 2015-04-12 15:49:50
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