El modo de vida establecido por nuestros queridos
hermanos indígenas, se ha convertido en una historia llena de antagonismo. Sus
corazones bañados en sabiduría celestial, no pueden evitar que los gobiernos y
las transnacionales se adueñen de los ancestrales recursos naturales. Parece
ser un pecado, venerar los milenarios territorios que evocan la fertilidad del
planeta Tierra, dejando en un mar de tinieblas el hermoso legado de la cultura
aborigen.
No podemos vivir ajenos a esa
trágica realidad. Los latinoamericanos somos los hijos predilectos de la
Pachamama. Nacimos del amor que florece en el campo, de la semilla que aviva la
ilusión del fruto fresco, y de la brisa que asolea el claroscuro de la mañana.
Pero, se nos hace difícil reconocernos como hombres y mujeres de estirpe
criolla, mulata y mestiza. Cada década se magnifica la pérdida del sentido de
pertenencia y se agudiza el grave proceso de transculturación. El respeto hacia
las comunidades indígenas, se deteriora por culpa de una inhumana Sociedad
Moderna que rechaza la paz, la armonía y la tolerancia.
Nos preguntamos ¿Por qué si los
pueblos
originarios
defienden los ecosistemas y la biodiversidad universal, tienen que vivir presos
del miedo ante la persistente amenaza de los megaproyectos neoliberales
extractivos? Vemos que el fuego, el aire, el agua y la tierra, ya no
representan los cuatro genuinos elementos de la Naturaleza, debido a que la
horda genocida y etnocida del dios dinero, sólo piensa en lucrarse gracias a
prácticas ilegales que deforestan, contaminan y polucionan el Medio Ambiente.
Es una batalla muy injusta, que oprime la voluntad y el deseo de los pueblos
originarios, en seguir disfrutando del milagro fortuito de la vida, sin caer en
la legendaria tentación del sueño americanizado.
Domar la razón requiere de
esfuerzo, y por eso los latinoamericanos no somos capaces de volvernos
empáticos con los problemas ambientales que aquejan a las tribus indígenas.
Encontramos la felicidad en un atractivo Iphone 6, en un famosísimo muro en
Facebook, en un blooper subido a Youtube, en una impresionante Playstation 4 y
en un poderoso Peugeot 208. Pero cuando el precio del materialismo se paga con
el historial de valores aprendidos en la vida, nos quedamos endeudados, de
brazos cruzados y con la cabeza gacha a punto de presionar el gatillo.
No es fácil recobrar la
conciencia ecológica, y ser solidarios con el glorioso clamor de los incas, de
los mayas y de los aztecas. Sabemos que los ciudadanos no aprovechan la
apertura del conocimiento devenida con la tecnología del siglo XXI, para
dedicarse a investigar con entusiasmo sobre nuestra rica identidad cultural, y
así exigir respeto por la soberanía indígena y sus
chamanes.
Vivimos esclavizados al pin del
Blackberry, a los mensajitos por WhatsApp y a las conversaciones vía Skype. Por
eso, cada día enfatizamos el sistemático aislamiento social, que se incrementa
a causa del exagerado crecimiento urbanístico, el cual nos aleja más y más de
las raíces autóctonas de los indígenas, destruyendo la posibilidad de convivir
dentro de un modelo de sostenibilidad y sustentabilidad ambiental.
A nadie le importa que la
industria de las telecomunicaciones, asalte la laguna de Sinamaica, la comuna
de San Pedro de Atacama o el departamento del Valle del Cauca, para colocar una
gigantesca torre WiFi, una antena parabólica de TV y
un transmisor de señal FM, en medio de las proverbiales zonas rurales que
pertenecieron a los pueblos
originarios.
No obstante, todos los clientes foráneos gozarán con la alta conectividad
inalámbrica, con los miles de canales satelitales y con los divertidos
programas radiales, a expensas de menguar la calidad de vida de las familias
campesinas e indígenas que allí habitan, por las constantes vibraciones
electromagnéticas y las células cancerígenas que asfixian sus espacios
naturales.
Probablemente sentimos
muchísima rabia citadina, al ver que la esperanza de vida de los indígenas
verdes y silvestres, es mayor que la percibida por los individuos fashion de
las metrópolis. Aunque los pueblos
originarios
no son adictos a las pastillas de Bayer, Novartis y Pfizer, ellos emplean las
plantas medicinales que nos regala la Naturaleza para curar las dolencias, sin
tener que pagar grandes sumas de dinero en clínicas, operaciones, consultas y
récipes médicos.
Se enferman menos y viven más.
Una paradoja que invita a reflexionar sobre la neurosis desencadenada a nivel
global, por un irracional estilo de vida que somatiza el embotellamiento
vehicular, las discusiones de pareja, el bombardeo publicitario, la
competitividad laboral, los berrinches de los niños y los inconvenientes
personales.
Es común que nos quedemos
ciegos, sordos y mudos, si se trata de vocalizar la herencia recibida por la
lengua quechua, ya que tenemos un complejo de inferioridad producto del
consumismo, de la televisión basura y de los antivalores adquiridos con el paso
de los años. Surgen las interrogantes ¿Será que somos cobardes, inmaduros o
simplemente una manga de ignorantes? ¿Por qué rechazamos con tanta frialdad la
sangre que corre por nuestras venas?
Pese a que los indígenas no
usan zapatos Converse, perfumes de Armani y camisas de Tommy Hilfiger, se ven
mucho más elegantes y originales con un precioso Huipil, Guayuco, Cushma o
Quechquémel. Tampoco visten uniformes militares plagados de cascos, insignias y
medallas a los costados, que aprueban las bombas, los tanques y las granadas de
la guerra estadounidense. Y ni siquiera se inyectan botox, colágeno o ácido
hialurónico para ocultar las arrugas y las manchas del rostro, pues los pueblos
originarios
ensalzan la presencia de los ancianos por la vasta
experiencia alcanzada en sus trayectorias de vida, y no terminan envejeciendo
en la soledad de los fríos centros geriátricos.
Si fuéramos un poquito más
inteligentes, tal vez comprendiéramos que al rechazar el tambor de crioula, la
trutruka o la flauta de caña que musicaliza una colorida danza precolombina,
por el capricho de lucir un teléfono androide, una MacBook o una llave USB que
boicotea una fiesta de cumpleaños, estamos negando la constelación generacional
que todos llevamos por dentro, ya que luego de nacer, crecer y desarrollarnos
en una región planetaria específica, adoptamos un rasgo bioquímico distintivo
que no puede ser borrado de nuestro ADN, por el simple hecho de expatriarnos y
vivir frente a la corrosiva Estatua de la Libertad.
No hay duda que el Imperialismo
yanqui y sus tentáculos hispanoparlantes, convirtieron el incansable espíritu
de lucha de un valiente “indio”, en una palabra despectiva, ofensiva y
denotativa de la errática idiosincrasia que ostenta el Nuevo Orden Mundial.
Salimos de la casa llenos de envidia, resentimiento e hipocresía, mientras nos
atosigamos en la calle con hamburguesas de McDonald's y gaseosas de Coca Cola,
para después regresar al hogar y dormir un par de horas, en espera de repetir
la misma deprimente rutina hasta el cansancio. Por el contrario, el mal llamado
“indio” supera las adversidades del destino siendo fiel a su ideología
pacifista, altruista e introspectiva, en la que se comparten las alegrías y se
lloran las desgracias, nunca guardando rencores que envenenan los confines del
Universo, y siempre resplandeciendo junto a la cálida luz del Sol.
Una enseñanza holística que
pocos se atreven a meditar en silencio, ya que nuestro acelerado ritmo de vida
no permite detenernos por un instante, y separar la verdad de las peligrosas
mentiras que coexisten en el entorno. Quizás sentimos una gran envidia por el
coraje de Kukulkán, que carcome el cuerpo y el alma de los lacayos más débiles.
Lo afirmamos, pues existen muchísimos compatriotas latinoamericanos que
suprimieron por completo las costumbres y las tradiciones de los pueblos
originarios, eligiendo festejar el 4 de julio al ritmo de los brillantes fuegos
artificiales.
Para ellos, los indígenas son
parte de civilizaciones extintas yacidas en las aburridas páginas de los libros
de antropología, que jamás se atrevieron a leer durante la formación académica
obtenida. No olvidemos que la cultura indígena ha sido
menospreciada y eliminada del pensum de estudio que cursan los jóvenes en
América Latina, refiriéndonos a todos los centros educativos privados que
prefieren enseñarle a los niños el pensamiento capitalista del Tío Sam, por
encima del valor humanista que resalta las virtudes de la Madre Tierra.
Es escalofriante observar el
grado de indiferencia que demuestra la colectividad, en quebranto del
patrimonio cultural nativo. Muchas veces viajamos por estados, ciudades y
municipios de nuestros países, cuyos nombres se relacionan directamente con
ilustres caciques indígenas (Arecibo, Guairá, Maracaibo, Arichuna, Capiatá,
Baruta, Tabasco, Arauco, Guaicaipuro, Caricuao, Tonaya, Manaure, Guamá, Chacao,
Maturín, Abayubá, Yaracuy, Guayaquil). Ellos defendieron hasta la muerte la
territorialidad de esos pueblos y evitaron en lo posible, que los colonizadores
españoles y los invasores extranjeros saquearan el oro y la plata.
Pero, somos incapaces de
estimar ese invaluable sacrificio de antaño y seguir honrando a quien honor
merece. Es por tanta apatía del prójimo, que en pleno siglo XXI se continúa
facilitando la entrada de empresas mineras, petroleras y gasíferas, que saben
la ubicación exacta de esos anecdóticos territorios, para empezar sin titubeos
con la intromisión, el despojo y la aniquilación de las comarcas indígenas.
Una sangrienta calamidad que
las agencias de noticias oligarcas soslayan en los contenidos informativos que
transmiten a diario, pero que nosotros explicaremos con objetividad basándonos
en sucesos acaecidos recientemente, en aras de reivindicar los derechos y pedir
justicia a favor de la resistencia indígena
latinoamericana. Por ejemplo, las comunidades nativas de Pampa Hermosa, de
Nueva Jerusalén y de Pichanaki, han tenido que ejercer acciones de protesta en
Perú para aplacar el despotismo de la empresa argentina Pluspetrol, que con sus
actividades exploratorias en busca de gas, con sus derrames de hidrocarburos y
con sus tácticas dilatorias, está afligiendo el equilibrio ecológico de la
Amazonía peruana.
Es tan espinoso el desastre
ambiental que provoca la codicia de las transnacionales, que los
indígenas ecuatorianos tuvieron que acudir a la Corte Penal Internacional, para
denunciar el archiconocido ecocidio perpetrado por Chevron-Texaco, que sigue
socavando los recursos naturales de las casi desaparecidas tribus originarias.
Una situación similar se vive en Colombia, donde la guerrilla, el narcotráfico
y las multinacionales, se encargan de destruir las tierras con la complicidad
del gobierno neogranadino, que otorga las licencias sin pensar en la vida de
los pueblos ancestrales, tal como lo hizo la Concesionaria Yuma para empezar a
construir la Ruta del Sol sector III, la cual ya arremetió contra más de 50
espacios sagrados que adoraban los indígenas Kankuamos, Arhuacos, Wiwas y
Koguis en la Sierra Nevada de Santa Marta.
En paralelo, el gobierno
paraguayo tuvo la osadía de respaldar la prospección geológica impulsada por el
Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones, que tiene como hipocentro el
paisajístico Cerro León enclavado en el Parque Nacional Defensores del Chaco,
donde habita el aguerrido pueblo Ayoreo que sufre por todos los abusos
cometidos dentro de su majestuosa territorialidad. Mientras que la tribu Yaqui
en suelo mexicano, remó contra la corriente para frenar el proyecto del
Acueducto Independencia, el cual ha trasvasado millones de metros cúbicos de
agua desde la cuenca del río Yaqui a la del río Sonora, sin considerar el
derecho fundamental de acceso a fuentes de agua limpia que tienen los
habitantes indígenas, quienes podrían quedar sin una gota del mercantilizado
vital líquido.
Recordemos que la Conferencia
de las Partes sobre el Cambio
Climático
(COP20), desarrollada en Perú durante el mes de diciembre del 2014, fue un
total fracaso para el porvenir de los pueblos autóctonos, ya que desde el
rebuscado “pabellón indígena” utilizado
como puente comunicacional para escuchar las voces de las tribus nativas, NO se
atendieron en absoluto los reclamos expresados por los grupos étnicos que
asistieron al lugar. Vale aclarar, que la descomunal quema de combustibles
fósiles por parte de los consorcios internacionales, viene intoxicando el modus
vivendi de las comunidades indígenas, pues se afecta la calidad del Medio
Ambiente debido a las emisiones de gases de Efecto Invernadero.
De hecho, ninguna de las
exigencias presentadas por los pueblos originarios, fueron plasmadas en los
célebres “diez campanazos” dados a conocer tras la mencionada conferencia, y
que supuestamente demuestran el rotundo éxito conseguido en la financiada cita
empresarial.
Además, los líderes indígenas
están siendo asesinados en varias provincias de Latinoamérica, porque intentan
salvaguardar los recursos naturales de sus territorios. En países como
Venezuela, Perú, Brasil, Guatemala, Colombia, Nicaragua y México, se
intensifican los secuestros, las agresiones físicas y los sicariatos de figuras
indígenas, que no dan su brazo a torcer por el gran amor que sienten hacia la
Pachamama. Tenemos el lamentable caso del pueblo Garifuna en Honduras, que
visualiza como los sembradíos de droga, el contrabando, los agro-combustibles,
el desalojo forzado de tierras, el turismo genocida, las mafias sindicales y el
crimen organizado, han matado la sonrisa de la bella mujer afrodescendiente.
A su vez, en febrero del 2015
los indígenas Ngäbe en Panamá refutaron el proyecto Hidroeléctrico Barro
Blanco, debido a que violaba los principios de la constitución panameña, que
resguarda los territorios indígenas e impide que sean privatizados o enajenados.
Cabe destacar, que Panamá es el país centroamericano que ha perdido con mayor
rapidez su identidad cultural, siendo el resultado de un atroz proceso de
transculturación, que convierte la semilla del Sterculia Apetala en
kilométricas infraestructuras comerciales, edificios y autopistas.
Por otro lado, una serie de
estancieros en la Patagonia ocuparon tierras de los mapuches de forma ilegal,
perjudicando a los indígenas de Comallo y Zapala que padecen la transgresión a
la Ley Nacional 26.160, la cual se halla vigente en la geografía argentina y
prohíbe desalojar a los pueblos originarios de sus tierras. De igual manera, el
Consejo Autónomo Ayllus Sin Fronteras que labora en Chile, denunció la
profanación del cementerio indígena prehispánico de Topáter durante el mes de
enero del 2015, tras la irrupción de una motoniveladora a cargo de la empresa
Aguas Antofagasta, que causó un profundo daño arqueológico en la hierática zona
que data de hace 2.500 años AP.
Hasta la fecha, ningún ente
gubernamental chileno ha condenado públicamente ese delito socio-ambiental, y
no se enjuiciaron a los seres inescrupulosos que llevaron a cabo la degradación
de la superficie, evadiendo el marco reglamentario de la Ley 17.288 que deja
bajo tuición y protección del Estado a los cementerios aborígenes. ¿Por qué no
se cumplen las leyes que defienden el legado de los pueblos originarios? ¿Qué
pasaría si la motoniveladora en vez de romper el arte de los indígenas, hubiera
tumbado una enorme torre WiFi que interconecta a millones de
chilenos? Seguro que la nefasta noticia sería un “trending topic” en Twitter, y
todos los cibernautas del resto del Mundo, se burlarían de la mala suerte que
envuelve a los usuarios chilenos.
A lo largo del artículo, vimos
que los indígenas son engañados y traicionados por los corruptos gobiernos de
turno, que le dan la espalda a sus propias raíces culturales. No son tomados en
cuenta por los organismos ministeriales al aprobar o rechazar los megaproyectos
extractivos, evitando realizar los estudios de impacto
ambiental
y las consultas públicas necesarias, para evaluar la opinión de los pobladores
antes de iniciar los trabajos con maquinaria pesada. Son considerados una
“minoría étnica” que entorpece los jugosos contratos que traen consigo las transnacionales, los
inversionistas y su macabro escuadrón de ataque.
Queda claro que la cosmovisión
tiene sus días contados en el planeta Tierra, por la agresiva globalización del
orbe y la salvaje desidia ambiental, que deja ardiendo los ojos, las lágrimas y
el llanto del indígena. Esta noche prendamos una vela aromática de optimismo, e
iluminemos el futuro conservacionista de los victoriosos pueblos originarios.
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