Las primeras medidas del nuevo gobierno han generado
amplios consensos y dejado a (casi) todo el mundo contento. Es verdad que
eso es algo que suele pasar a principios de todo mandato, y sino vale recordar
el enamoramiento general con el ex presidente Mujica tras su ya discurso
inaugural ante la Asamblea General, y la profunda decepción que terminó
generando en propios y extraños cinco años después.
El País.com.uy / Editorial - jue
mar 12 2015
Pero esta vez parece haber algo más. Las medidas
encaminadas a poner orden en materia de política exterior, a dejar el
alineamiento automático y el servilismo respecto del gobierno argentino, y a
terminar con el Carnaval de cargos políticos en esa cartera fundamental, han
sido recibidas con general alegría. Lo mismo la decisión de frenar el dispendio
con el que el gobierno anterior usó el FONDES, y el dinero de los
contribuyentes para financiar cualquier tipo de proyecto, sin la más mínima
evaluación sobre su viabilidad. Algo parecido está pasando con la política en
materia de recepción de refugiados sirios, la venta de marihuana en farmacias,
etc. etc.
Hasta acá todo luce razonable, pertinente, y en línea
con lo que mucha gente esperaba de una administración de alguien como Tabaré
Vázquez, tras cinco años de desquicio mujiquista. Ahora bien, para un testigo
medianamente imparcial, esto no deja de aportar un retrogusto amargo al
analizar la realidad.
Durante la campaña electoral, todos estos puntos
figuraban en el centro mismo de las críticas que la oposición hacía al gobierno
saliente del Frente Amplio. Sin embargo, desde el oficialismo no solo se hacía
una defensa abroquelada de estas cosas que ahora se decide cambiar, sino que se
agredió de manera chocante a todo aquel que marcara un matiz. El que no estaba
de acuerdo con lo que había hecho el gobierno de Mujica era un derechista
insolidario, un neoliberal sangriento, un antipatria, un enemigo del pueblo.
Sin embargo, bastó que Vázquez llegara al gobierno para
que justamente se abocara a meter bisturí en todas esas mismas áreas objeto de
crítica durante la campaña. Tal vez por eso mismo, Vázquez se negó
sistemáticamente a un debate con sus rivales, o incluso a hablar demasiado de
lo que pensaba hacer en caso de ganar. Es comprensible, si se hubiera dedicado
a decir que el gobierno de Mujica fue un desquicio voluntarista, es probable
que la crisis interna que hubiera desatado en su partido le hubiera complicado
mucho la victoria electoral.
Pero de todas formas, el mensaje que deja todo esto es
triste y poco edificante.
Por un lado hace sentir que la campaña electoral no es
más que un trámite desagradable, que el candidato más inteligente es aquel que
sabe callarse la boca, y usar una especie de estilo maquiavélico para llegar al
poder, para después hacer con él lo que se le da la gana. Si algo negativo ha
impuesto Tabaré Vázquez desde que llegó a la política nacional, es la
consagración de la total subestimación del votante, a quien cuanto menos se le
diga, cuanta menos información se le dé, mejor para quien quiera llegar al
gobierno. Eso podrá servir a corto plazo, pero es un mensaje sumamente negativo
para la salud de un sistema democrático.
Pero hay algo todavía más grave. El sembrar entre los
ciudadanos una crispación y una división tajante en materia política e
ideológica, cuando en el fondo ni siquiera se tiene una receta tan distinta de
lo que se debe hacer con el gobierno una vez conquistado.
Todo ese clima de enfrentamiento, de polarización
radical que se vivió en la previa de las elecciones, ahora queda claro que no
tenía ninguna razón de fondo. Salvo por algún grupo menor de ultraizquierda, y
los groupies de la figura de Mujica, toda la oposición y la mayor parte del
oficialismo, estaba de acuerdo en el diagnóstico de los problemas del país, y
en lo que había que hacer para intentar solucionarlos.
Que ese foso que se generó en la sociedad uruguaya entre
buenos y malos, era totalmente artificial, y que no era más que una
construcción mentirosa con el fin de consolidar la base de votantes y generar
un enemigo externo imaginario. Hoy, en este clima de armonía política, de luna
de miel post 1º de marzo, esa afirmación parece exagerada. Pero quien afine la
memoria, o vaya a las hemeroteca de los diarios de la campaña, verá el nivel de
enfrentamiento estéril que marcó a la misma.
Algo que debe ser analizado con inteligencia y grandeza
por todos los dirigentes políticos del país. Pero sobre todo por los votantes.
Si estos premian a quien los subestima, y a quien los usa de esa forma, después
poco derecho habrá a quejarse.
Fuente: El País.com.uy /Editorial
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